A los ex Presidentes aquí presentes: don Belisario Betancur, don Felipe
González, don Ricardo Lagos. A, desde luego, todos nuestros Gobernadores aquí
presentes, que hay una buena concurrencia: a don Carlos Lozano; Marco Antonio
Adame; Javier Duarte; Ivonne Ortega. Me falta alguien por ahí. Ahorita vamos
con los otros.
A los Gobernadores electos: Graco Ramírez, Arturo Núñez; al Presidente de la
Cámara de Diputados; a Presidentes de Partidos; don Pedro Joaquín Coldwell;
Senadores; Diputados. En fin.
A todos ustedes, amigas y amigos, empresarios.
Hay una excelente concurrencia esta mañana.
Y me alegra mucho, porque para mí, es un honor acompañarles en esta XVIII
Reunión Plenaria de la Fundación Círculo de Montevideo.
Felicidades a los organizadores por esta valiosa iniciativa, que tuve
oportunidad de conocer hace ya algunos años, antes de ser Presidente de la
República.
Y siempre, con mi admiración y respeto, al fundador y a su actual Presidente,
don Julio María Sanguinetti, ex Presidente del Uruguay y, desde luego, con
agradecimiento, también, por el esfuerzo para realizar esta reunión, a nuestro
anfitrión, el ingeniero Carlos Slim.
Son más de 15 años de existencia y, afortunadamente, la Fundación, amigas y
amigos, se ha convertido en un círculo privilegiado de reflexión que nos
permite encontrar soluciones innovadoras a los retos de la economía global y,
más allá de la economía, a los retos del desarrollo.
Con una perspectiva, yo diría, iberoamericana, que es muy enriquecedora. Entre
sus personajes se encuentran personalidades de todos los ámbitos, no sólo
políticos, sino, también, académico, empresarial. Y este conjunto de
experiencias que se aportan nos sirven a todos. Así que, bienvenido este
esfuerzo.
Y a quienes nos visitan en México, como decimos los mexicanos, ésta es su casa.
Bienvenidos todos.
Me parece que es muy interesante el tema de esta reunión, muy oportuno: Un
mundo en tránsito. Después de la globalización y la crisis, ¿está claro el
rumbo? Esa es la pregunta.
Y habría muchas reflexiones que podrían hacerse a partir de este título. Sin
duda, la pregunta central: ¿Está claro el rumbo? Hay que decirlo, también, con
claridad, que no está claro el rumbo y urge aclararlo.
Y para ello se requiere un esfuerzo intelectual, académico y de Gobierno, y de
análisis que nos permita, precisamente, esclarecerlo.
No sé si la pregunta correcta sea: ¿Después de la globalización y la crisis?
Estoy de acuerdo que son los temas sugerentes, aunque todavía no podemos hablar
después de la globalización.
De hecho, la globalización llegó para quedarse, y es un aprendizaje muy temprano
que tuvo el Círculo de Montevideo hace muchos años. La globalización responde a
una transformación enorme, fascinante, diría yo, de la humanidad en las últimas
décadas, que está asociada a las cosas que nos han acercado más que nunca,
particularmente, en el mundo del Internet y las telecomunicaciones.
La aldea global a la que se refirió McLuhan está presente ahora más que nunca.
Y si tomaba a los antiguos, aún después del Descubrimiento de América, varios
meses de travesía el poder llegar a América, y poder traer consigo las noticias
que venían del Viejo Mundo, y viceversa, hoy, en este preciso instante, en
fracciones de segundo, sabemos exactamente qué es lo que está pasando en
cualquier parte del mundo en el terreno que nos permita interesar.
Eso ha acercado notablemente a la humanidad y ha acelerado nuestro sentido del
tiempo, ha acortado nuestros procesos de comunicación. Eso ha transformado el
mundo en globo. Eso es la globalidad.
Y el reto, entonces, parte del rumbo que debemos definir es hacia dónde deben
dirigirse los actos públicos y privados de los gobiernos y de las empresas, de
los consumidores, en ese marco de globalidad.
Y segundo. Después de la crisis, quizá, tampoco podamos hablar todavía después
de la crisis, porque seguimos inmersos en ella.
Y es, quizá, precisamente, el contexto más preocupante o más atingente, más
demandante de interés en este momento, la crisis económica, que como bien se ha
dicho, se vive desde aquel 2008, donde el mundo ha enfrentado una de las peores
crisis económicas que se tengan memoria.
Se insiste mucho en decir que es la peor crisis después del 29 y, bueno, la
verdad es que si alguien recuerda la crisis del 29, que la haya vivido, por
favor, levante la mano.
Es la peor crisis que tenemos, es la peor crisis que nos ha tocado vivir. Es la
peor crisis que todas las generaciones presentes en el mundo puedan recordar.
Es nuestra peor crisis económica, globalmente hablando.
Y ha tenido, es una crisis larga, porque ha tenido diversos estadíos.
Primero. La explosión o la implosión, si se quiere, del fracaso de los sistemas
financieros, la exacerbación en los abusos de los mercados de derivados, la
pulverización de la responsabilidad de los riesgos inherentes a todos estos
mercados, que, finalmente, un día cayó, como cae un castillo de naipes y,
particularmente, en la crisis financiera en Estados Unidos, primero, que
afectó, notablemente, a México.
Si el epicentro de la mayor crisis que tenga memoria la humanidad viva en este
momento fue Estados Unidos, este gran elefante que cayó, nos cayó justo encima
a los mexicanos.
Y tuvimos en aquel 2009 una de las peores recesiones económicas, la primera,
claramente, generada desde afuera que se tenga memoria.
En aquel 2009, llegamos a tener una recesión que, aunque fue de 6.1, 6.2 a lo
largo del año, el primero y segundo trimestre del 2009 alcanzó más del 10 por
ciento de caída.
Recompuestos un poco los mercados financieros, lo que sigue fue la secuela para
salir de las propias medidas que muchos países tuvimos que poner en aplicación
para enfrentar la crisis en ese momento.
Hay muchas diferencias, sí, pero en esencia podemos resumir que en aquel
momento crítico, todos los países que pudimos hacerlo, aplicamos medidas
contracíclicas para detener el enorme golpe social de la caída.
Y en el caso de México, por primera vez en una crisis de esa magnitud pudimos
no sólo no cortar, sino incrementar notablemente el gasto de inversión,
particularmente en infraestructura.
Pudimos acelerar, también, programas públicos de crédito y construcción de
vivienda. Pusimos en marcha programas de empleo temporal. Pusimos un programa,
la verdad muy interesante, que fue el Programa de Paros Técnicos; en lugar de
que perdieran el empleo más de medio millón de trabajadores de las industrias
exportadoras de México, llegamos a un acuerdo con ellos, con sus sindicatos y
con las empresas. Y si la empresa accedía, en lugar de despedir al trabajador,
en pagarle una tercera parte de su salario; y el trabajador, en lugar de perder
su empleo, accedía a ganar una tercera parte menos de su salario, el Gobierno
Federal iba a pagar la otra tercera parte del salario.
Y con eso pudimos preservar una planta productiva. Y nos pusimos a rescatar
zonas arqueológicas, que nos ha permitido, por ejemplo, tener 15 rescatadas en
estos cuatro años, contra más o menos dos en promedio en otros sexenios, a
través de empleo temporal, y así sucesivamente.
Claro. Todo eso, costó. Costó que el déficit público en México, también, se
disparara, como en otras partes, quizá hasta más de 3, casi 4 por ciento en el
año 2009.
Pero, hubo un momento clave, amigas y amigos, de la crisis, en que superadas
las primeras partes financieras en Estados Unidos había que regresar y como
bien sabemos, el déficit público es un cartucho que sólo se puede disparar una
sola vez.
Una vez que se dispara, uno debe volver a cargar, precisamente, la capacidad
del Estado de volver a incurrir en déficit. No puede ser permanente. El asumir
los déficits públicos como una capacidad permanente, si se hace de cierta
magnitud, es un gran error que creo que estamos pagando en muchas latitudes.
Quien incurre en un déficit público, tiene que ser como un buzo que incursiona
en una caverna y que sabe perfectamente que tiene el oxígeno contado. Y una vez
que ha entrado, debe saber perfectamente la ruta de regreso.
Muchos países, en Europa o en América Latina, o en otras naciones, que han
incurrido en déficit público, hoy están pagando la dureza, el rigor, la
inclemencia de no poder cerrar esos déficits, precisamente, porque los mercados
financieros no están contribuyendo más a financiar esos déficits.
Se pueden financiar los primeros años, las primeras veces, pero posteriormente,
hoy lo que está enfrentando, por ejemplo, España, Italia y, desde luego, que ya
enfrentaron Grecia, Irlanda, y Portugal, Islandia, y muchos países es,
precisamente, lo que nos tiene.
¿Qué necesitamos hacer para ello?
El mundo tiene que actuar muy rápido y esta rapidez ha sido una de las mayores
ausencias en los tomadores de decisiones que nos ha exacerbado los problemas.
Actuar en los temas de fondo, actuar en los temas de coyuntura.
En los temas de fondo, qué hay que hacer.
Hay que evitar que el desorden financiero y bancario permita que se generen
nuevas crisis en el futuro mediato e inmediato. Nosotros aquí, en México, por
ejemplo, después de una crisis severísima que tuvo el país en el sector
bancario, en México se aprendió la lección. Se establecieron medidas
regulatorias y de capitalización ordenadas, severas.
Y en esta crisis la banca mexicana, por ejemplo, tuvo un promedio de
capitalización de más del 16 por ciento respecto de sus pasivos. Lo cual
implica, amigas y amigos, más del doble de las Reglas de Basilea.
Y, con lo cual, aún en la crisis, la banca mexicana no sólo no fue problema,
sino que fue parte de la solución, porque siguió prestando a pequeñas y
medianas empresas.
Una nueva regulación financiera en el mundo es urgente, ordenada y fue una de
las motivaciones en nuestras discusiones en el G-20, reciente.
La otra. Problemas de corto plazo. También es urgente distinguir entre las
economías que tienen problemas de insolvencia y no pueden pagar sus
obligaciones, y las economías que tienen problemas de liquidez; es decir, que
tienen capacidad económica para hacer frente a sus compromisos, pero que no
pueden hacerlo tan cómodamente en el corto plazo.
Si Grecia, por ejemplo, implica que tenga casi el 200 por ciento de su PIB de
deuda, ese es un país que no puede pagar su deuda. Y eso implica un problema de
insolvencia que tiene que resolverse claramente, con una negociación
contundente, no sólo con acreedores privados, sino, pienso, acreedores públicos
y privados nacionales e internacionales.
Pero si un país como España o Italia tienen la capacidad económica por el
tamaño de sus economías, y por el desempeño de las mismas, de hacer frente a
sus compromisos, la comunidad internacional tiene el deber de resolver, y
pronto, su problema de liquidez, y eso es exactamente lo que no ha ocurrido ni
en Europa ni en el mundo.
Con un gravísimo riesgo, amigas y amigos, que de no resolverse a tiempo esos
problemas de liquidez, se pueden volver problemas de solvencia. Un caso, no de
Italia. Italia tiene una deuda de, más o menos, 120 ó 130 por ciento de su PIB,
digamos, que sea 100 por ciento de su PIB.
Si Italia está pagando tasas de interés al dos por ciento, como solía ocurrir,
Italia no tiene problemas ni de liquidez ni de solvencia, pero si las tasas de
interés del 100 por ciento de su PIB aumentan un punto, 100 puntos base, quiere
decir que su gobierno tiene que recaudar un punto adicional de impuesto para
poder servir su deuda.
Y si aumentan como ahora, no de dos por ciento, sino que están, probablemente,
cercanas al seis por ciento, en este momento, en Italia, quiere decir que el
gobierno italiano tiene que recaudar cuatro puntos del PIB adicionales este año
para servir su deuda. Y eso terminará convirtiéndose, si no se actúa, en
problemas de liquidez. Y es exactamente lo que está viviendo España.
Por eso es tan importante urgir a los organismos tomadores de decisiones,
señaladamente en Europa, para que actúen rápido y contundentemente, no con
medidas paliativas. Se requiere que este virus de la falta de credibilidad de
la capacidad pago de los gobiernos se combata con un antibiótico poderoso. Si
se dan pequeñas dosis al principio, lo único que puede generarse y que ya ha
ocurrido, es que se exacerbe el problema y el virus se haga todavía muchísimo
más potente.
Este es un primer problema que hay que enfrentar. Y, precisamente, fue algo de
lo que vimos en el G20, que fue muy exitoso en este tema. Se lograron resolver
algunas cosas, entonces, que ahora se han perdido, otra vez, en el camino con
Europa; se fortaleció el Fondo Monetario Internacional de manera inédita y aún
sin la contribución de países importantes, como Estados Unidos y Canadá.
El Fondo Monetario capitalizó por 450 mil millones de dólares, algo inédito, y
es una de las instituciones capacitadas para hacer frente a este tema.
Entonces, primero. Hacer frente a los problemas de coyuntura, y eso no está
resuelto. Eso es parte del rumbo.
Y la segunda parte del rumbo es los problemas de fondo.
Cuáles son los caminos que se
tienen que seguir para el crecimiento económico y cuáles son las medidas que se
deben de tomar para mitigar, lo que bien señalaba el ingeniero Slim, los
efectos sociales de las crisis que se están viviendo, que pueden ser
demoledores.
Respecto del camino económico, amigas y amigos, yo creo que hay que partir por
cosas que son muy básicas, y siendo tan básicas, tenemos enormes discrepancias
de ellas.
Un elemento clave, desde que la humanidad es humanidad, que le ha dado ingreso
económico, es el comercio. Y hoy, más que nunca, en que las economías son
globales, necesitamos ver, en el comercio libre, la ruta de crecimiento
económico para nuestros pueblos.
Por qué razón.
Porque el comercio genera beneficios para todos. Puede tener sectores que
resulten ganadores y perdedores, dependiendo de sus vínculos de competitividad,
sí. Pero el punto es que la actividad comercial global genera crecimiento de
todas las economías y genera ganancias netas absolutas para todos: para
productores, para consumidores, para exportadores, para importadores.
De ahí, que una de las mayores oportunidades, que yo insisto, existen para el
crecimiento global, está en el comercio. Y de ahí que el rumbo, claramente, en
mi punto de vista, tiene que ser más, y no menos comercio.
Una apuesta clara y determinante para la capacidad comercial de los países y
para las decisiones de los consumidores. Más comercio y más competencia. Más
comercio en los bienes y más comercio en los servicios. Más competencia en
ambos, en todos los mercados, en todos los sectores.
Y de ahí, también, que yo veo como una de las preocupaciones de nuestro tiempo,
es que se están generando corrientes muy fuertes de proteccionismo, que van a
acabar frustrando la capacidad de recuperación económica del mundo.
Es paradójico que en el G20, por ejemplo, en las primeras reuniones hablábamos
todos del crecimiento económico y de un rechazo contundente al proteccionismo
y, al día siguiente, 15 de los 20 participantes estaban poniendo medidas
proteccionistas. Nuevas tarifas, nuevas barreras.
Nosotros, en México, hicimos
lo mismo, con una crítica importante, por ejemplo.
Tengo, desde luego, muy pendientes los exhortos constantes del Congreso de
que México no celebre más Acuerdos de Libre Comercio. Las recriminaciones
de sectores de que habíamos bajado aranceles, etcétera.
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