En toda
democracia es permisible a los candidatos llevar a los tribunales electorales
sus inconformidades sobre la contienda en la que hayan participado. Sin
embargo, a pesar de que, de acuerdo con la legislación y normatividad
vigentes, las impugnaciones formuladas por los partidos de las izquierdas
carecen de sustento y alcance para invalidar la elección presidencial, Andrés
Manuel López Obrador continúa expresando su disconformidad sobre los
resultados, que no le favorecieron.
El asunto
resulta insalvable: cuando el Tribunal Federal Electoral califique la elección
y, como se aprecia, apruebe tanto la legalidad, como la legitimidad de los
comicios, AMLO continuará protestando y hablando de fraudes, intoxicando con
ello a la sociedad, convirtiéndose en un lastre para sus partidos, e iniciará
un nuevo recorrido por todo el territorio nacional, con la mira puesta en la
elección de 2018. AMLO está convencido de que el que persevera alcanza y que la
tercera es la vencida. Sabe además que para seguir vigente, él y sus
incondicionales continuarán pataleando. Es lo suyo.
Las elecciones presidenciales se ganaron con un amplio
margen de 3.5 millones de votos, que no es cosa menor, si tomamos en cuenta que
hace seis años la diferencia entre el primer lugar (FCH) y el segundo (AMLO)
fue de menos del uno por ciento, y ahora la diferencia es de casi 7%.
La mejor oferta política y el compromiso de Enrique Peña
Nieto, resultaron convincentes para la ciudadanía. Empero las fuerzas
opositoras propician un ambiente de confusión que derive en
fragilidad, endurecimiento e ingobernabilidad, para debilitar la imagen
internacional de México y de su próximo presidente. Los operadores políticos
del nuevo gobierno, tienen mucho trabajo por delante.
En los doce años del PAN en la Presidencia de la
República, se pospusieron los cambios y transformaciones que la sociedad
mexicana esperaba y las estructuras gubernamentales quedaron casi intactas, con
un desproporcionado incremento en la burocracia de cuello blanco y los gastos
correlativos. El rezago de los dos sexenios panistas, acumuló más miseria,
pobreza, desempleo, inseguridad, corrupción, impunidad e incertidumbre. Se
presumen éxitos macroeconómicos, cuyos beneficios no llegan a las mesas y
bolsillos de las familias mayoritarias, que ya carecen de orificios para
apretarse más el cinturón. Algo anda mal. Habría que cambiar los paradigmas
(*).
El hecho irrefutable es que el crecimiento del PIB fue de
sólo 2% anualmente entre 2001 y 2011 –extremadamente pobre para el potencial de
México, aseguran los expertos- en tanto que en ese periodo crecieron: Perú
5.8%, Argentina 5%, Chile 4.1%,Brasil 3.6%. Es cierto que la deuda pública
mexicana en relación al PIB es menor que la que tienen países como Estados
Unidos, Alemania y Japón, pero la cuestión es ¿y eso de qué nos ha servido, si
no crecemos y la planta productiva desmantelada? Los operadores económicos del
nuevo gobierno, tienen grandes retos por delante.
En contra de lo que afirman las profecías catastróficas
mal intencionadas, que aseguran el regreso del autoritarismo del viejo régimen,
Peña Nieto se ha propuesto un gobierno de grandes transformaciones y cambios
profundos en las estructuras económicas, políticas, sociales y gubernamentales
de México, en todos los ámbitos, esferas y niveles. No tenga la menor duda, las
reformas estructurales se llevaran a cabo, contra viento y marea, aplicando la
política, el diálogo y el convencimiento. Los políticos priístas que llegan al
Congreso, saben y conocen su oficio a la perfección.
Asimismo, el regreso del PRI no significará el retorno de
los dinosaurios. No es una tarea fácil lograr de la noche a la mañana el cambio
priísta en una cultura muy arraigada, sin embargo, los que lo conocen aseguran
que Peña Nieto gobernará con el ejemplo, con transparencia, honestidad,
tolerancia, libertad de expresión, participación ciudadana y un equipo plural e
incluyente, integrado por políticos profesionales, experimentados, eficaces,
con imaginación, nuevos paradigmas y una nueva forma de gobernar.
Desde luego, el calificativo dinosaurio no se refiere a
la edad, también hay dinosaurios jóvenes (autoritarios, prepotentes,
arrogantes, excluyentes, petulantes, sobrados). Empero el candidato ganador ha
demostrado en los hechos ser un hombre de estado sensible a las demandas y
preocupaciones de los mexicanos con fuertes convicciones democráticas y
compromiso con las libertades, la pluralidad y la tolerancia.
Ya veremos.
José
Sánchez Talavera
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