La democracia implica integridad
y responsabilidad política y personal.
Luis Farías Mackey
30 vii 12
La democracia es mucho más que el
derecho a ser votado. La democracia es mucho más que el derecho a
manifestarse, los derechos de los partidos y las prerrogativas de los
candidatos.
La democracia no puede ser
trapeador de nadie, porque es obra de todos. La democracia no son los
partidos, ni lo son los candidatos; es la participación ciudadana libre,
tolerante y civilizada.
No se vale violar
tumultuariamente la democracia y alegar hacerlo en su defensa y dignidad.
La democracia implica integridad
y responsabilidad política y personal. No se puede alegar honestidad
supuestamente económica -aunque nadie sepa de qué vive el sedicente
honesto- y ser impúdicamente deshonesto con los hechos, la verdad, la ley,
todo el que disienta de su propio parecer y la voluntad ciudadana expresada
en las urnas.
La democracia no puede ser objeto
de destrucción para sobrevivencia política de nadie.
Someter la democracia al
secuestro callejero alegando defenderla es una canallada. Alegar que la
claque vociferante vale más que el voto ciudadano libre y secreto
depositado en las urnas es demencial.
Los ciudadanos estamos obligados
para con la democracia. No es válido usufructuar todos sus derechos y
vacíos legales, y no asumir un mínimo de responsabilidad para con ella y
sus consecuencias.
Tenemos una democracia Penélope,
que se teje entre todos a alto costo y gran esfuerzo, y se desteje la misma
noche de la elección a golpe de malos perdedores.
Quien se sienta a una mesa de
dominó se responsabiliza con el juego, sus reglas y jugadores. Aquel que
rompe la mesa y quema el pueblo cada vez que pierde no es digno del juego.
En el caso de las elecciones, los
jugadores no son cuatro candidatos, sino cincuenta millones de ciudadanos.
Desconocer lo hecho por los mexicanos es insultarnos.
Los partidos viven del
financiamiento público y lo reciben a carretadas para participar en las
elecciones. Tres de seis lo hacen en calidad de Patíños. No se puede
concurrir a ellas con nuestro dinero y luego destruirlas, también con
nuestro dinero. Menos aún obstaculizar la vida política de la Nación.
Las elecciones son
instrumentales, sirven para integrar un gobierno con miras a que éste
atienda los problemas de la sociedad. Secuestrar a ésta en un eterno
conflicto postelectoral o, si se quiere, en una campaña permanente, es
negar la democracia e impedir que surta sus efectos de gobernanza.
México votó para que un nuevo
gobierno se aplique a atender los grandes problemas nacionales, orillarlo a
dedicarse a apagar fuegos políticos artificiales, creados para darle
oxígeno a un liderazgo que se obstina en dilapidar 15 millones de votos, en
lugar de atender aquéllos, es un crimen de lesa patria.
Ahora mismo debiéramos estar
discutiendo los qué y cómo de las grandes soluciones nacionales, construyendo
acuerdos y aportando los compromisos políticos que los hagan posibles. En
lugar de ello, Andrés Manuel López Obrador insiste en imponernos una agenda
que solo ve por su sobrevivencia política personal.
Nuestra legislación electoral,
además, propicia el cinismo y la frivolidad de nuestros políticos: de
encontrarse una ilegalidad en la elección, no se castiga al candidato o
partido infractor, sino a la voluntad ciudadana anulando la elección. Se
castiga lo más sagrado de la democracia, el voto, y se deja libres a los
responsables que delinquen, además, financiados (mantenidos) por nosotros.
Se dice que AMLO tiene derecho a
impugnar, y sí lo tendría si sus impugnaciones buscasen subsanar las
deficiencias de la elección, pero su interés es arrasar con todo el haber
ciudadano para subsistir políticamente.
Contra la democracia y contra
México no hay derecho.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario